martes, 25 de octubre de 2016



Solo iba a ver "Bridget Jones"

Hoy fuimos con Alonso al cine. No quería ver una película de cine arte ni nada muy profundo, quería una película light que me hiciera reír y qué mejor  que “El bebé de Bridget Jones” para pasar unas horas de mi tarde, considerando que yo también estoy, a estas alturas, muy embarazada pensé que sería divertido ver una historia simpática sobre una embarazada graciosa.
Pensamos que íbamos a estar solos en la sala.  En mi vida normal jamás gastaría plata en ir al cine a ver una película como Bridget, no porque sea muy mala, sino porque cuando voy al cine es porque quiero mucho ver una película, pero no. Supongo que “la gente” no piensa como yo. Cuando entramos había ya unas 20 personas entre adultos y jóvenes. Luces apagadas, comienza la película y llega una pareja de la tercera edad. Con dificultad suben las escaleras hasta sus asientos, señalan que no ven, que no pueden avanzar así y claro, interrumpen la película para nosotros. OK. Logran sentarse. No dejo de sorprenderme con el hecho de que esa pareja haya elegido esa película para ver, pero bueno, estamos todos ahí para ver precisamente ESA película.
Estamos viendo la historia, riéndonos de las cosas que le pasan a Bridget y la pareja de ancianos habla, en reiteradas ocasiones, en voz alta sin importar que estén en una sala de cine en medio de una película. El contexto, para ellos, es el living de su casa. Luego de reiteradas interrupciones en las que comentan que no alcanzan a leer todos los subtítulos y cosas de este estilo, el celular del anciano comienza a sonar…muy, muy fuerte. Él no contesta, solo mira el teléfono hasta que deja de sonar. Su teléfono vuelve a sonar varias veces más y ya más o menos en la cuarta interrupción la gente pierde la paciencia y comienza a llamarle la atención. Creo que él no se da cuenta (o simplemente no sabe cómo apagar su teléfono, pienso).
Seguimos viendo la película, la sala se ríe y la pareja de ancianos comienza a discutir con voz cada vez más fuerte. Todo el público se mira anonadado y de manera espontánea e inevitable cambiamos de show, obvio. Alcanzo a escuchar que la mujer le recrimina al hombre: “¿por qué me trajiste a ver esta película? No me gusta.” El hombre le responde que está bien, que se pueden ir si no le gusta. Ella comienza a llorar y le dice que no le cree que no tenga a otra mujer. Frente a eso aparentemente todos nos sorprendimos y se escuchó un “ohhhh” en la sala. La señora sigue llorando y le dice que después de ver esta película le queda claro que no es la única mujer en su vida. Honestamente, estoy algo en shock, la película es una comedia muy livianita como para que alguien termine llorando y reflexione sobre alguna posible infidelidad de su pareja que, precisa decirlo, habrá tenido unos 80 años. El hombre está en silencio. Se ponen de pie y comienzan a bajar, otra vez con dificultad, las escaleras. La mujer sigue llorando. Salen de la sala y nosotros volvemos al espectáculo de Bridget en la pantalla.
Esa es la anécdota. Eso es lo que me pasó hoy cuando fui a ver Bridget Jones esperando no pensar en nada, reírme con la protagonista y con mi propio reflejo en la pantalla, pero no. La ciudad tiene sus propios personajes, también su guion y su sentido del arte. Salí del cine con sentimientos muy encontrados. La verdad es que el show de los abuelos fue lo que más me marcó de toda la película. Sentí pena por la señora, quien muy probablemente tenía algún tipo de demencia senil, pena por su esposo, pena por la vejez, pena porque fueran a ver justo Bridget Jones y no cualquier otra película que les generara menos conflictos. En fin, a veces es imposible escapar del arte en la vida, eso es lo que siempre me digo cuando me pasan estas cosas. La simbología de todos los hechos es demasiado evidente como para que sea solo el azar y, como suele suceder, la vida real supera la ficción.

lunes, 18 de marzo de 2013

Sobre “Las Vegas”. Algunas primeras impresiones



Anoche pudimos ver el estreno de la nueva serie nocturna de canal 13: “Las Vegas” y, por supuesto, la serie que intenta venderse como un producto moderno, abierto de mente y desprejuiciado, me parece que tiene aspectos necesarios de comentar para bien y para mal.
Desde la promoción que se hizo de la serie antes de su estreno, me llamó profundamente la atención la selección de actores y la asignación de personajes de los mimos. Francisca Imboden personifica a una madre de familia, pero, en serio, ¿no parece acaso hermana de sus hijas?, ¿tuvo a su primera hija a los 10? Luego, no es que las teleseries ni las películas pongan mucha atención al grado de verosimilitud que se podría perder (¿o no?) al poner hijos que no se parecen físicamente en nada a sus padres; sin embargo, que los hijos no se parezcan a sus padres sucede en la vida real, pero que nazca una hija que se vea físicamente como Josefina Montané de padres que se ven como Francisca Imboden y Alejandro Trejo responde a otro tema. Ambos aspectos: la juventud de la madre y la belleza de las hijas, tienen que ver, en mi opinión, con idealizaciones clásicas de la televisión que rompen cualquier pacto de racionalidad. Es decir, en ambos casos lo que se hace es responder a un ideal físico de mujer que se aleja completamente del mundo real y, con ello, de las mujeres reales. Está bien, es ficción, que hagan lo quieran, no tienen necesariamente que abordar problemáticas de la vida real, pero en los casos que menciono esto va más allá porque no solo no tiene sentido racionalmente hablando o biológicamente hablando, sino que además se traspasa esa lógica biológica en pos de mantener esos ideales físicos de mujer que la teleserie explota.
Una de las ideas ancla de la serie es su slogan: “ellos se sacan los pantalones, ellas se los ponen”. Es interesante que tomen una frase tan machista como esa y que jueguen con su inversión, intentando dar la idea de una serie que invertirá los roles clásicos de género: las mujeres serán fuertes y decididas (respondiendo a lo que culturalmente se entiende como masculino) y los hombres serán débiles e inseguros (respondiendo a lo que culturalmente se entiende como femenino), pero, ¿es así?, pues no. Entonces la inversión que nos propone el slogan no es tal, ¿qué es lo que sucede realmente en la serie?, pues a grandes rasgos sucede que las mujeres en efecto sí se hacen fuertes y decididas al llevar su negocio, pero los hombres no se vuelven débiles ni sometidos a un poder manejado por ellas, lo que sucede es que los hombres se vuelven objeto de deseo explícito, adquiriendo así otra característica de lo “femenino” culturalmente. Está bien, en ese sentido existe una “masculinización” del rol clásico de las mujeres en las series televisivas y, por la otra parte, una “feminización” del rol clásico de los hombres en el mismo medio; sin embargo, estas características no son inversamente proporcionales ni equivalentes pues invierten planos diferentes de lo femenino y de lo masculino.
Muchas personas considerarán que esta es una serie con aspectos “feministas”, pero yo les digo: no. Que las mujeres adquieran poder y conciencia de sus capacidades intelectuales en la sociedad es una cosa, pero que los hombres se expongan como objetos de deseo es otra muy diferente. No se puede responder a la permanente objetualización y sexualización de los cuerpos de mujeres en televisión con la misma objetualización de los cuerpos de los hombres. Los feminismos critican esto no porque los hombres sexualizados sean menores en número, sino porque no es digno considerar a las mujeres por sus cuerpos y no por su intelecto. La solución no es que todos, hombres y mujeres, seamos objetos de deseo, sino que los cuerpos sean en primer lugar sujetos de ese deseo.
Si a lo anterior sumamos el hecho de que existe una clara idealización de los cuerpos de las mujeres y que se desea preservar su juventud precisamente para mantener ese ideal, ¿cómo podríamos considerar esta serie feminista? Respecto de los modelos de mujer que pululan hoy en día en la nuestra televisión, esta serie cambia realmente muy poco, reconozco que plantea un tema al ubicar a sus protagonistas como mujeres que manejan un negocio en torno a la sexualidad, invirtiendo así el modelo clásico del chulo; no obstante, este planteamiento no tiene ningún gesto reivindicativo sobre el sexo femenino, no quiere mostrar que las mujeres tienen las mismas capacidades y los mismos derechos, no quiere mucho menos cuestionar que las mujeres hayan sido históricamente objetos de deseo, es más, quiere normalizar eso haciéndolo pasar también como una situación que les puede acontecer a los hombres, en suma, podría asegurar que en los capítulos venideros quienes realmente manejarán la sexualidad serán los mismos machos que se sacan los pantalones.