Solo iba a ver
"Bridget Jones"
Hoy fuimos con Alonso al cine. No quería ver una película de
cine arte ni nada muy profundo, quería una película light que me hiciera reír y
qué mejor que “El bebé de Bridget Jones”
para pasar unas horas de mi tarde, considerando que yo también estoy, a estas
alturas, muy embarazada pensé que sería divertido ver una historia simpática
sobre una embarazada graciosa.
Pensamos que íbamos a estar solos en la sala. En mi vida normal jamás gastaría plata en ir al cine a ver una película
como Bridget, no porque sea muy mala, sino porque cuando voy al cine es porque
quiero mucho ver una película, pero no. Supongo que “la gente” no piensa como
yo. Cuando entramos había ya unas 20 personas entre adultos y jóvenes. Luces
apagadas, comienza la película y llega una pareja de la tercera edad. Con
dificultad suben las escaleras hasta sus asientos, señalan que no ven, que no
pueden avanzar así y claro, interrumpen la película para nosotros. OK. Logran
sentarse. No dejo de sorprenderme con el hecho de que esa pareja haya elegido
esa película para ver, pero bueno, estamos todos ahí para ver precisamente ESA
película.
Estamos viendo la historia, riéndonos de las cosas que le
pasan a Bridget y la pareja de ancianos habla, en reiteradas ocasiones, en voz
alta sin importar que estén en una sala de cine en medio de una película. El
contexto, para ellos, es el living de su casa. Luego de reiteradas
interrupciones en las que comentan que no alcanzan a leer todos los subtítulos
y cosas de este estilo, el celular del anciano comienza a sonar…muy, muy
fuerte. Él no contesta, solo mira el teléfono hasta que deja de sonar. Su
teléfono vuelve a sonar varias veces más y ya más o menos en la cuarta
interrupción la gente pierde la paciencia y comienza a llamarle la atención.
Creo que él no se da cuenta (o simplemente no sabe cómo apagar su teléfono,
pienso).
Seguimos viendo la película, la sala se ríe y la pareja de
ancianos comienza a discutir con voz cada vez más fuerte. Todo el público se mira
anonadado y de manera espontánea e inevitable cambiamos de show, obvio. Alcanzo
a escuchar que la mujer le recrimina al hombre: “¿por qué me trajiste a ver
esta película? No me gusta.” El hombre le responde que está bien, que se pueden
ir si no le gusta. Ella comienza a llorar y le dice que no le cree que no tenga
a otra mujer. Frente a eso aparentemente todos nos sorprendimos y se escuchó un
“ohhhh” en la sala. La señora sigue llorando y le dice que después de ver esta
película le queda claro que no es la única mujer en su vida. Honestamente,
estoy algo en shock, la película es una comedia muy livianita como para que
alguien termine llorando y reflexione sobre alguna posible infidelidad de su
pareja que, precisa decirlo, habrá tenido unos 80 años. El hombre está en
silencio. Se ponen de pie y comienzan a bajar, otra vez con dificultad, las
escaleras. La mujer sigue llorando. Salen de la sala y nosotros volvemos al
espectáculo de Bridget en la pantalla.
Esa es la anécdota. Eso es lo que me pasó hoy cuando fui a
ver Bridget Jones esperando no pensar en nada, reírme con la protagonista y con
mi propio reflejo en la pantalla, pero no. La ciudad tiene sus propios
personajes, también su guion y su sentido del arte. Salí del cine con
sentimientos muy encontrados. La verdad es que el show de los abuelos fue lo que
más me marcó de toda la película. Sentí pena por la señora, quien muy
probablemente tenía algún tipo de demencia senil, pena por su esposo, pena por
la vejez, pena porque fueran a ver justo Bridget Jones y no cualquier otra
película que les generara menos conflictos. En fin, a veces es imposible
escapar del arte en la vida, eso es lo que siempre me digo cuando me pasan
estas cosas. La simbología de todos los hechos es demasiado evidente como para
que sea solo el azar y, como suele suceder, la vida real supera la ficción.